Coqueteando con la muerte

Para aprender a vivir he tenido que morir varias veces. La primera vez tenía dos años. Quise subir a tocar el cielo jugando con mis hermanas pero perdí el equilibrio y me caí de espalda desde lo alto de una litera. Mi mamá me dijo muchos años más tarde: “nunca pude olvidar el ruido seco de tu cabeza contra el piso de concreto. Antes de entrar al cuarto y verte inconsciente en el piso supe que te había perdido”. Ese día fue mi primer vuelo, el oficial, pero no con los pájaros hacia el horizonte como lo haría más adelante, sino hacia el espacio infinito, el cosmos, el silencio, la paz. 

Recuerdo que grandes manos sacudían mi pequeño cuerpo, me llamaban Nené porque fue bautizada a los siete años, entonces todavía no tenía nombre. “Nené mira, abre los ojos”, asi me despertaban constantemente de ese sueño profundo que me invitaba al descanso eterno. Mis padres y las enfermeras trataban de mantenerme despierta para que no regresara a ese sitio silencioso, me tentaban con caramelos y chupetas, había muchos colores entre los dulces y juguetes nuevos dentro de ese cuarto blanco de cama enorme.

¿Qué tanto de ese proceso es cierto o una reconstrucción a lo largo de los años? En viajes de meditación he conseguido observar situaciones que ocurrieron cuando aun estaba en el vientre de mi madre, sentí su miedo, su angustia y el sufrimiento. También  vi salones y cuartos de una casa que nunca habité. Detalles específicos como una cómoda que no conocí pero que de hecho existió en la historia de la familia. A los dos años de edad puede ser muy poco lo que guarde la memoria sin construcción posterior. Pero a los 50 años volví a caer de espaldas al vacío. Fue una de las actividades que, en los eventos del Dr. Joe Dispenza, nos invita a explorar lo desconocido saltando fuera de la zona de confort. En los segundo que duró esa caída libre de espalda hacia una red sostenida por los otros miembros del grupo reviví aquel miedo y cuando finalmente mi cuerpo tocó la red un grito desgarrador salió de mi garganta liberando un miedo que llevaba muchos años guardado en el fondo de la memoria de cada una de mis células. Mi cuerpo de mujer adulta sostenido por la red a centímetros del concreto, tembló de miedo, se dobló en posición fetal y lloró como una niña de dos años.

Cincuenta años más tarde,  en medio de la pandemia del 2020,  desperté en Bruselas con la mano izquierda sobre el hombro derecho y la mano derecha sobre el hombro izquierdo: l. La posición eEgipcia de la muerte y el renacimiento. Durante esa noche experimenté una nueva muerte, ahora de carácter espiritual: cuando una parte del yo terrenal, del ego o la personalidad muere para renacer dando espacio a una nueva frecuencia o vibración más elevada. Fue noche de luna nueva en Escorpio, el signo de la muerte y el renacimiento. En sueños visité el reino de Anubis, el Dios de la muerte. Un lugar de oscuridad y de miedos entre realidades, planos y dimensiones: el inframundo. 

Uno más de los doce aspectos del alma de ésta vida o vidas anteriores murió durante esa noche cuando me sostuve abrazada a mi misma….