La Máquina del tiempo

Lentamente regreso a la consciencia, mientras me desperezo la mente busca referencias en el tiempo. ¿Qué día de la semana es hoy, mes, año? Y de espacio ¿en dónde amanecí hoy, que cama, país o continente? Y el número cincuenta me cae como un bloque en la cabeza. Esa referencia nada simpáticade tiempo que hemos convertido en todo un ritual, los años que marcan los pasos en el camino de la vida hacia la muerte. Desde enero cuando murió mi madre el mundo cambió. Cambió para mi pero también para la humanidad entera con la llegada de un virus que nos ha invitado forzosamente a parar el ritmo habitual de nuestras vidas. Y especialmente a mirar hacia adentro desde el marco de una ventana a un mundo ahora ajeno, inaccesible.

Cambió desde el momento en que las vacas volvieron a ser en vacas y dejaron de ser los dinosaurios herbívoros mansos que comían el pasto de los potreros en la finca de mi papá, en Calabozo. Y los toros volvieron a ser sus machos y nos los Tiranosaurios carnívoros que nos acechaban detrás de las cercas de alambres de púas. Allí metidas dentro de las ruinas de una máquina cosechadora mis hermanas y yo viajábamos en el tiempo. Al mover una palanca de cambios en un engranaje oxidado por años a la intemperie, adelantábamos a este futuro de pandemias y tecnologías modernas, con otro movimiento seco hacia abajo de la palanca y volvíamos a la prehistoria. El chirrido de la palanca era la puerta de acceso a la época de las cavernas. Salíamos de caza con palos que figuraban lanzas. Las iguanas y los lagartos saltaban a la laguna cuando sentían nuestros pasos  aproximándonos cautelosamente, buscábamos carne para alimentarnos y regresábamos a la máquina con las bolsas de paquita llenas de guayabas, brazos y piernas rajuñados de bejucos, el corazón exaltado y todo el sistema nervioso en modo de “lucha o escapa” por la aventura de cruzar los campos repletos de animales y bestias salvajes. 

Pero hay una dimensión en la que el tiempo y el espacio desaparece. Y solo en el silencioso presente, en la quietud del cuerpo y de la mente lo alcanzas, dentro de ti puedes llegar al todo externo a ti, el ritmo acelerado de la vida se paraliza y descubres otro plano en el que reina la calma, el amor incondicional, el infinito.